En el mundo de la cooperación se ha convertido en algo habitual el dar comida a los asistentes a cualquier tipo de eventos que se realice. Después de haber visto que lo mismo se repite en varios países y por todo tipo de organizaciones he empezado a indagar en el tema, ya que, cuando uno se muestra contrario a esta práctica enseguida recibe la respuesta de “es que es la costumbre en nuestra cultura, ofrecer comida”. Que yo sepa, “antes” no había talleres que duraran todo el día sino que la gente se reunía para celebrar, charlar o visitarse lo cual se puede considerar como reuniones de cortesía, familiares y no de trabajo como son los talleres o reuniones que las organizaciones auspiciamos.
No he encontrado en internet, ni buscando más allá de Wikipedia, ningún argumento que diga que es un hecho cultural invitar a gente para soltarles un rollo y que para ello haya que ofrecerles comida. Más bien es que como somos conscientes de que lo que les explicamos no les interesa demasiado y muchas veces es de una calidad deplorable, para conseguir llenar nuestras fichas de asistencia, les ofrecemos comida. De ahí a reconocerlo como un hecho cultural sólo hay un paso, y a más comida, mayor es la demanda de los que asisten a estas actividades.
Cuando la gente tiene interés en algo va a cualquier sitio y hace esfuerzos por conseguirlo. Una charla interesante siempre hará que la gente asista. Yo lo comparo con el cine. Voy al cine cuando me interesa la película y estoy dispuesto a pagar por ella. Una “americanada”, aunque sea gratis, no la voy a ver, ni que me regalen palomitas de maíz.
No sólo la gente se ha acostumbrado a que se les de la comida cuando van a un acto, sino que además en muchos casos, cuando los que asisten son funcionarios, cobran viáticos de la institución en la que trabajan y que se embolsan sin sonrojarse ya que no comunican que han recibido comida y además lo ven como una compensación al esfuerzo que han hecho por ir en un vehículo oficial a esa actividad. Suele coincidir que mucha de esta gente es la que a grandes voces habla de ayudar a los más necesitados.
Normalmente he observado que la calidad de la comida que se ofrece es inversamente proporcional a la calidad de la charla que se da. A menos calidad ofrecida, más interés tiene el mediocre en ofrecer una buena comida, a la que los asistentes acuden, si puede ser incluso sólo una media hora antes de que termine el acto, para no tener que aguantar todo el tostón de la charla.
Además no es de extrañar que en charlas que tienen que ver con temas agrícolas, ambientales y de desarrollo económico se sirva la comida en platos, vasos y cubiertos de plástico desechables, la bebida suele ser una gaseosa embotellada y la comida traída posiblemente de otra localidad cercana con la que se mantiene una relación de amistad, de tipo familiar o incluso de comisión, bajo la excusa de que “ahí” nos dan factura. Se obvian los platos de cerámica que suelen fabricar mujeres en la localidad, las bebidas de frutas que se pueden comprar en las cercanías, el poder contratar a una persona que cocine los productos locales en el mismo lugar donde se celebra la actividad y es que el Desarrollo Económico Local normalmente el mediocre lo explica sólo a nivel teórico. Ya la práctica es para los demás.
Hay que diferenciar entre la gente de zonas rurales, realmente pobres, que asisten por una simple necesidad de hambre de los tracatanes de la ciudad, normalmente funcionarios que cobran un salario más que apreciable comparado con la media de la población, pero que intentan asistir al máximo de estas actividades para ahorrarse la comida y que además, si se les pregunta, suelen quejarse de la calidad o cantidad de la misma. Se les suele reconocer por sus prominentes barrigas, por ser funcionarios públicos y porque son los que más vehementes a la hora de hablar de las necesidades de los más pobres.